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sábado, 8 de marzo de 2014
¿Y tantos libros, para qué?
Coleccionista de papel antiguo, papel de guardas, separadores de libros, ex libris, tarjetas de librerías, sellos de encuadernadores, colecciona también recortes de obras de arte, fotografías y dibujos siempre y cuando exista entre sus imágenes un libro retratado. Una de sus primeras bibliotecas fue, por supuesto, la de libros que hablan sobre libros.
Así son los libros. Los adoramos, los acumulamos y con el tiempo, las preguntas acerca de esta venerable afición acosan al propietario y a sus cercanos: tanto dinero invertido, tanto tiempo ocupado, tanto espacio destinado a papeles y papeles que a veces se abren solamente una vez durante toda una vida.
Recuerdo, por poner los primeros ejemplos que me surgen en la cabeza, la colección de primeras ediciones de Octavio Paz pertenecientes al impresor y editor Juan Pascoe, con todo y la edición de 1979 de Hijos del aire, impresa con tipos móviles por él mismo en su prensa del siglo XIX; la colección de mujeres poetas de Alí Chumacero "las pongo separadas para que no se les pegue lo tarugo” nos contó en una entrevista que le hicimos Jorge Navarijo, José Luis Lugo y yo en 1996. La colección impecable de Miguel Covarrubias del editor Ramón Reverté, todos los ejemplares con sus camisas originales, impecables y forradas con amorosa devoción y mylar libre de ácido; recuerdo también la colección de diccionarios del traductor Gregory Dechant, ocupaba casi la mitad de su pequeño departamento en la colonia Cuauhtémoc. Las colecciones, esos pequeños oasis en el cúmulo de ejemplares, son tesoros completos o casi; la biblioteca, en cambio, nunca está terminada.
La falta de espacio, la necesidad económica, la presión de los cercanos, la religión, el amor, la guerra, la mudanza, también son motivos de disgregación. “Mis hijos dicen que less is more”, se lamentaba un doctor obligado a dejar su enorme casa de las Lomas por un pequeño departamento mientras vendía su biblioteca. “Quise donarlos a la biblioteca de mi facultad, pero fue imposible” me dijo con ojos llorosos una investigadora de la UNAM antes de ofrecerme siete mil ejemplares a un precio bajísimo.
“Los pagamos entre tres personas, el resto se los di al librero Ubaldo López para que los vendiera”, dijo en entrevista.
Lo invito, lector, a formar un poema aleatorio con los títulos en los lomos de su sección favorita del librero.
"Todos estos los ocupo para preparar mis clases". Hay quien se puede mandar hacer lujosos libreros de maderas exóticas, sofisticados diseños de reconocidos diseñadores o arquitectos. Casas enteras para los libros. El arquitecto Isaac Broid, diseñó una casa-librero que en vez de sostenerse con los usuales procedimientos de ingeniería, se vale de los libros para conformar la base estructural. Ojalá se construyera. Para mí, los mejores libreros son de madera, ocupan la totalidad de un muro de piso a techo, son de entrepaños pequeños a lo largo (en los espacios largos los libros tienden a caerse hacia un lado, lastimando sus puntas), a lo ancho (los libreros profundos provocan acomodos en dos pisos) y a lo alto, para no desperdiciar espacio.
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