Ayer martes 10 de Julio acudí con verdaderas ganas a recibir a los mineros en Moncloa.
Pocas veces me he sentido cómodo en las
manifestaciones populares a las que he acudido a lo largo de mi vida. A
pesar de que en algunos momentos de mi vida me haya tocado incluso
organizarlas, no he podido evitar las más de las ocasiones una escisión
entre mente y emociones que me impedía fundirme en los protocolarios
coros de las masas, en los lemas gastados y viejos por demasiado
ritualizados y repetitivos, por la autocontenida expresión de la
protesta en esta larga transición desde un postfranquismo casposo a una
democracia por decenas de años atada y bien atada.
Esta vez no ha sido así. Ayer martes 10 de Julio acudí con verdaderas
ganas a recibir a los mineros en Moncloa, no con el autoimpuesto
esfuerzo de otros casos, movido por el imperativo moral de reclamar
unos derechos o condenar una acción injusta, a sabiendas de que los
límites de juego estaban marcados de antemano.
Ahora la esperanza de un despertar colectivo de, al menos, una parte
de mi clase, la trabajadora, animaba mi impulso para estar allí,
fundiéndome con la masa que ya una hora y cuarto antes de la cita
desbordaba el final de la calle Princesa, las proximidades de la
estación de Metro, la campa próxima a la Junta Municipal de Moncloa y
más allá del odioso Arco de Triunfo franquista, perdiéndose la visión
del gentío hasta donde alcanzaba la vista.
El rojo de las pancartas y banderas políticas y sindicales y el
tricolor de la que para muchos de nosotros es nuestra auténtica bandera
de Estado se agitaban con entusiasmo, mezcladas entre la asturiana, la
aragonesa, la andaluza y las de las dos Castillas, representando a las
tierras de las que los héroes de negro carbón llegaban al Madrid,
“rompeolas de todas las Españas”, que dijo el republicano Antonio
Machado, entre cánticos de “Santa Bárbara Bendita”, gritos de “Madrid
entero se siente minero”, “Madrid entero está con los mineros” o el lema
de la Unidad Popular Chilena “El pueblo unido jamás será vencido”
Confieso que me sentía entre expectante y ansioso por verlos llegar,
que me embargaba un nerviosismo que me hacía mirar con el rabillo del
ojo el reloj cada pocos minutos, mientras trataba de mantener la calma
hablando con varios compañeros, conociendo a otros de los que sólo tenía
referencia a través de las redes sociales y liándome un cigarrillo tras
otro.
En eso que pasó un pequeño grupo de militantes del PSOE con sus
banderitas. No pude ni quise reprimir el acto de golpearme la mejilla
derecha con la mano extendida, mientras les gritaba “mucho papo”.
Nunca confundiré al disciplinado afiliado al partido socialiberal con
sus dirigentes, tan sensatos ellos que, después dar pellizcos de monja a
la ultraderecha gobernante, se limitan a comprender la necesidad de las
medidas antisociales del partido natural del capital. Pero no está de
más hacerles sentir alguna incomodidad cuando ahora vienen a
manifestarse y en el pasado callaban cómplices ante las medidas que
aplicaba su partido en el Gobierno contra los trabajadores.
La impaciencia para llenar la larga hora que faltaba hasta las 10 de
la noche y la demora de quienes han demostrado infinitamente más ser
nuestros héroes que los pateapelotas de una “roja” que no es la de
muchos de nosotros me hizo bajar con varios compañeros hacia la A-6 en
su busca.
Pronto nos encontramos dos enormes pancartas de la Federación de
Foros de la Memoria Histórica en las que sólo se leían en grandes letras
las siglas duplicadas UHP (Unión de Hermanos Proletarios), que
conmemoraban la alianza de lucha de UGT y CNT durante la Revolución de
Asturias de 1934 y que recibían a los mineros que ya llegaban con sus
cascos iluminados, dentro de un cordón sindical flanqueado por los
combativos bomberos de Madrid. Estos fueron los primeros que los
recibieron en la capital
Conviene recordar de los bomberos de Madrid que, cuando acamparon en
defensa de sus recortados derechos el pasado verano ante El Prado,
fueron ignorados por los medios de comunicación capitalistas y
“alternativos”, infinitamente más complacientes e interesados en otros
acampados, los agitamanitas de Sol, esos que consideraban la lucha de
clases una antigualla y el trasversalismo interclasista y burgués el
gran hallazgo de “lo nuevo”. ¡Qué gran paradoja para ellos tener que
pronunciar ayer 100 veces la palabra obrero y clase obrera y callar su
sucedáneo de “ciudadanos”!.
Alguno de ellos, megáfono en mano –les encanta este instrumento más
que a un tonto un lápiz, tanto que alguno de sus grupos se representa a
sí mismo con una silueta femenina con el aparato (megáfono) en la mano-
tenía que seguir la letra que muchos conocemos desde nuestra niñez, sin
necesidad de ser mineros ni asturianos, -“Santa Bárbara Bendita”- para
tratar de dirigirnos a quienes tenemos muy claro lo que somos, clase
trabajadora, muchos años antes de que recién lo hayan descubierto ellos.
Quizá sea sobre todo responsabilidad de muchos de sus mayores
–yayoflautas o no- que no hicieron la transmisión intergeneracional de
educarles en el orgullo y la conciencia de clase, bajo el argumento de
la renuncia que se expresaba en el “yo no voy a adoctrinar a mis hijos
como me hicieron los curas a mí” y que ponía en evidencia el abandono y
traición a sus propias convicciones. Así de lights les han salido. O
quizá sea que la conciencia que les transmitieron sea la de clase media.
Por mucho que ahora se disfracen de lo que nunca han sido estos
modernos buscadores del remedio, para nuestros males, de la “democracia
participativa”, sin principio activo socialista, sabemos muy bien que no
tenemos nada que agradecerles; antes al contrario, son los mineros los
Sísifos que han robado el fuego sagrado de la rebelión a los dioses para
entregárselo a sus hermanos de clase.
Fue un momento especialmente emocionante cuando los mineros llegaron
hasta donde estábamos. Miles de gargantas expresaban su cariño a quienes
habían tenido la entereza y el sentido de la lucha, caminando 400
kilómetros para, defendiendo sus derechos, señalarnos con su ejemplo el
camino del combate al resto de los trabajadores, no sólo madrileños sino
de todo el Estado español. Se respiraba el ambiente cargado de
sentimientos, las bocas expresando su admiración hacia quienes
completaban una parte de la etapa pero no su camino, porque el de la
clase trabajadora nunca termina y la emancipación colectiva es parte de
un ejercicio que no se gana de una vez para siempre sino que ha de ser
defendido de forma permanente.
Junto a los mineros, mineras. Muy cerca de ellos sus mujeres, madres,
hijas y hermanas, sin las cuales su lucha hubiera sido imposible porque
les hubiera faltado el aliento y la energía suficientes no ya para
continuar su larga lucha sino siquiera para iniciarla. Combativas como
ellos mismos, han sufrido la represión y se han enfrentado a las fuerzas
represivas con tanta entereza como sus hombres. En sus pechos late la
misma profunda convicción de la justeza de una furia cuya razón de ser
nace de la misma profundidad de la tierra.
Los flashes iluminaban los brillantes ojos de muchos rostros de
hombres y mujeres, en alguno de los cuales vi el atisbo de una lágrima,
seguramente por tanta intensidad contenida en 20 días de espera desde
que aquellos hombres y mujeres abandonaron a sus tierras y familias para
visitarnos y traernos el mensaje de su fecunda rabia.
A ratos acompañándoles desde fuera del cordón sindical, a ratos
superándoles en su marcha, mucho más lenta por la dureza de tantos días
sobre el asfalto seguimos caminando y perdiéndonos el grupo de amigos y
camaradas en la masa compacta de hombres y mujeres de todas las edades,
en un estado de exaltación ante la fuerza tranquila de una multitud que
se sabía clase y sentía el orgullo de pertenencia, gracias a quienes nos
habían contaminado de nuevo de un sentimiento, para muchos, largo
tiempo aletargado.
El relato, la subjetividad que se conforman en un colectivo que se
reconoce como clase, que rechaza el destino que quieren imponerle sus
enemigos, que comienza a adquirir confianza en su fuerza potencial y
que, en sus consignas y en las miles de microconversaciones que se
producen en los pequeños grupos que forman la masa, expresa el atisbo de
un discurso alternativo al desorden que sobre sus vidas imponen las
clases que rigen sus destinos.
Ese latir, esa vivencia que se hace identidad colectiva, son muy
distintos que el de la multitud amorfa de “ciudadanos”, cruzada de todas
las contradicciones sociales de clase y cuyo resultado se agota en
mantener intacto el orden del capital, aunque ligeramente “embellecido”
por la blandengue quimera de conciliación de intereses opuestos para
justificar el embuste de un 99% que no puede ser porque en ese
porcentaje hay quienes jamás estarán a favor de la derribar el
capitalismo porque identifican con él la miseria moral de sus sueños
pequeñoburgueses.
Quizá por todo ello hacía mucho tiempo que no veía tantas banderas
rojas con sus hoces y martillos agitándose al viento, tantas banderas
comunistas que son de todos los que no nos limitamos a la única
disciplina de un solo partido comunista porque en casi todos ellos
reconocemos una parte de nuestra propia herencia ideológica.
En esta manifestación, los reaccionarios del “inclusivismo”, los
interclasistas trasversales ni de derechas ni de izquierdas han tenido
que tragarse sus sapos del “no a las banderas” que imponían en el pasado
y ponerse a la cola. De ahí, quizás el camuflaje de enrojecerse por
fuera para seguir intentando colarnos de matute sus mercancías
averiadas. Esto para los del 15M, recién convertidos, oportunistas que
pretenderán darnos lecciones de lucha de clases que hasta ayer negaban a
quienes les combatimos por su reaccionario discurso pretendidamente
superador de las contradicciones que genera el capitalismo, y que son
mucho más que tomar al banquero por el todo capitalista, que rechazaban a
quienes sí teníamos un discurso ideológico y político, que despreciaron
como caduco, cuando “lo nuevo” de lo que alardean es mucho más viejo
que cualquier otro pensamiento al que niegan.
De forma tímida, escuché a varios rastafaris “indignados” el intento
de lanzar la consigna de que los mineros debían acampar en Sol, a lo que
les pregunté si para hacer batucadas o para participar en posición de
flor de loto en uno de esos happenings que organizaban sus Comisiones de
Espiritualidad. Nada dijeron, ignoro si por falta de agilidad mental o
ante la evidencia de ausencia de quórum de sus propuestas.
Lo de acampar no es otra cosa que el intento de algunas sectas
políticas que llevan varios días lanzando con poco éxito sus consignas
de, por un lado, desmovilizar la lucha minera y, de paso, la antorcha
que está recogiendo el resto de los trabajadores y, por el otro, de
enlazar las acciones de la minería que, han levantado la lucha social,
con ese engendro de convocatoria para el 21 de Julio, un culebrón
veraniego más al que nos tiene acostumbrado el entorno “indignado”. Como
en el kárate, utilizar la fuerza del enemigo en beneficio propio y
contra él mismo. Malas noticias para ellos. Los sindicatos de los
mineros ya han dejado claro que no acamparán en Sol.
Los mineros no necesitan música mística, ni sectas Zeitgeist, ni
Comisiones de Espiritualidad que se abracen con los chicos de las JMJ
Papales, ni talleres de reflexoterapia o papiroflexia, ni huertos
urbanos, ni adoptar la posición del loto en actitud meditativa, ni
fascistas que se declaren ni de derechas ni de izquierdas, ni chivatos,
ni amigos de Punset, ni traidores pseudoizquierdistas que les hagan el
trabajo sucio a los que quieren una revolución de colores del 99% que
integre los intereses de clase de la burguesía.
Si algo necesitan los mineros es vencer pero el camino no es el de
permanecer en las tiendas “quechua”, convertidos en parque temático,
amodorrados por la canícula y viendo desfallecer sus fuerzas en un
quietismo espiritualista a lo gandhiano. Eso es lo que quieren sus
enemigos de clase (su derrota y la del resto de los trabajadores),
aunque estos se disfracen de lagarterana ideológica.
Y para vencer tienen que moverse, como se han movido con sus
lanzacohetes y a hostias con las fuerzas represivas –¡cómo callan
cínicamente esto los espiritualistas del maestro Gandhi y su pacifismo
destinado a desarmar a las víctimas!-, como se han movido estos 400 kms
hasta Madrid.
Y para vencer y moverse necesitan que nos movamos el resto de los
trabajadores. Los bomberos que los han recibido con cariño, los maestros
y los profesionales de la sanidad, los del sector de la automoción y de
la construcción, los del metal y los de la mensajería, los de la banca y
los de telemarketing,...todos,... los precarios y los que aún mantienen
sus puestos de trabajo, los parados y los de contrato temporal, los
pensionistas y los que aún no comenzaron a trabajar, los estudiantes
–que algún día serán trabajadores o parados-, los becarios y los que
dejaron de estudiar,...todos.
Y todos los trabajadores necesitamos imponer a las direcciones
reformistas, claudicantes y desmovilizadoras de CCOO y UGT y a los
alternativos que cacarean “huelga general” como el gallo de Morón pero
sin más acción que la verbal, salvo excepciones, una nueva dinámica de
luchas para generar un proceso sostenido de movilizaciones; un proceso
movilizador que confluya en una nueva huelga general, a la que le suceda
un tsunami de protestas convergentes y coordinadas, con un claro
posicionamiento de clase, y no ciudadanista, ni tranversal ni
interclasista. El objetivo no puede ser otro que el derrocamiento de
este gobierno y la preparación de un nuevo proyecto sindical y político
de las izquierdas, capaz de coordinarse con el resto de trabajadores
organizados europeos hacia la derrota de los programas de austeridad y
recortes sociales en el Viejo Continente.
Los mineros tienen que vencer sí, pero su victoria no se puede
desligar de la necesaria lucha y victoria del resto de los trabajadores
españoles y europeos, ni ser condenada a tostarse al sol, viendo
languidecer su fuerza, porque en ésta en que estamos, o se salva el
conjunto de nuestra clase, derribando al capital y levantando un
programa revolucionario y socialista, o nos hundimos todos.
No las tengo todas conmigo respecto a la próxima manifestación de hoy
día 11 de Julio a la que acudiré dentro de unas horas. Y no las tengo
todas conmigo, como no las tenemos miles de trabajadores y militantes de
izquierdas, porque conozco bien la práctica sindical de CCOO y UGT que
nuestra clase lleva tantos años padeciendo.
Como dice mi amigo Benjamín Balboa, “
sólo la traición puede impedir la victoria”.